sábado, junio 30, 2007

LOS LIBROS DE CORTÁZAR

Tal es el nombre de una íntima y nostálgica exposición documental de la biblioteca personal de Julito Cortázar, compuesta por más de 4,000 piezas, en su mayoría libros y revistas. La nota aparecida en El Comercio del día de hoy señala, además, que dentro de los artículos expuestos por la Fundación Círculo de Lectores de Barcelona se encuentra una separata que recoge el capítulo 126 de “Rayuela”; capítulo que Julito no incluyó en su famoso libro.

Como ya saben, siento un profundo cariño y admiración por la obra de Cortázar no sólo por lo fascinante de su imaginario y su versatilidad narrativa entre otros, pues fue “Las Armas Secretas”, su segundo libro de relatos, aparecido en 1959 (“Las Babas del Diablo”, “El Perseguidor”, y el estupendo relato que da título a dicho conjunto) el que me animó a escribir mis primeras prosas. Recuerdo una fotografía de su departamento poco después de que partiera a internarse en el hospital Saint-Lazare de París, en enero de 1984, víctima de una rastrera leucemia, para no regresar jamás: un esbelto rectángulo de sol calentando, de lado, el estante atiborrado de discos de vinilo, un sofá mordiendo una alfombra circular, y sobre la pequeña mesa del comedor, reposando como extrañada de la quietud, una ligera máquina de escribir, un cenicero cobijando colillas contorsionadas, y a un lado, una copa vacía y una torrecita de libros. Al medio día del domingo 12 de febrero de ese año, luego de un repentino infarto, Julito partía al lado de allá. Un texto de Alberto Cousté sobre el autor de “62/Modelo para armar” hace referencia a lo que aconteció luego: La mañana era soleada pero muy fría cuando el paulatinamente acrecentado cortejo que lo acompañaba entró por el boulevard Edgar Quintet, atravesando la puerta principal del cementerio de Montparnase hasta la tumba de su amada Carol, junto a la que fue enterrado. No hubo homenajes, ni afortunadamente discursos, ni siquiera “sentidas palabras”; sus amigos se reunieron ese mismo mediodía y decidieron pedir a Jean-Louis Barrault su sala del Bon Point, para recordarlo con una fiesta, con abundancia de la música que el gustaba.

En la foto que acompaña la nota sobre la exposición de sus libros en Barcelona, aparece su viuda y heredera universal: Aurora Bernárdez, nacida en 1920. La veo convertida en una anciana de rostro angelical y cabellos plateados, y me cuesta imaginármela allá, en los años cincuenta. Era una mujer de un corazón gigante, dicen quienes la conocieron. Sólo alguien con tanta ternura y tenacidad podría haber enamorado a Julito. Sucede que, definitivamente, por la intensidad, duración y variedad de sus relaciones con él, Aurora Bernárdez fue la mujer más importante en la vida de Cortázar. Estuvieron casados durante casi veinte años. Una notoria complicidad –como marido y mujer, como viajeros a diversos destinos, como amigos entrañables, como colegas laborales en múltiples traducciones y congresos– los unía. Inseparables por casi dos décadas que verían su fin debido a la presencia de Ugné Karvelis y de otras mujeres en la vida del escritor. Aquel tórrido decenio desembocaría en el conocimiento de Carol Dunlop, el último, maravilloso y trágico amor de la biografía sentimental de Julio (se conocieron en Canadá en 1977. Al poco tiempo viven juntos y realizan varios viajes. Se casaron en 1981. Producto de un cáncer ella muere en 1982, a los 37 años). Mas el afecto de Aurora sobrevivió a todos los amores y tropezones de Cortázar, al punto de que luego de la muerte de Carol Dunlop, y acentuada la enfermedad terminal de Julito, Aurora lo cuidó y acompañó durante su agonía y sepelio y veló por el cumplimiento de sus voluntades póstumas, y dedicó los años siguientes a establecer su legado, tarea que culminaría con la monumental edición de su correspondencia, casi dos mil páginas recopiladas y organizadas durante un decenio de desvelos. Justamente durante los años que comparte con Carol (1977-1982), Cortázar publica sus títulos más personales y tamizados por el oficio de escribir: “Alguien que anda por ahí” (1977), su autobiografía con antifaz llamada “Un tal Lucas” (1979), “Queremos tanto a Glenda” (1981) y “Deshoras” (1982). Y en 1983 aparece una especie de testamento poético llamado “Los autonautas de la cosmopista”, escrito bajo las sonrisas y peripecias junto a su “osita”, Carol Dunlop.

Paco Porrúa, su inseparable amigo y editor durante aquellos tristes y breves aunque intensos meses luego de que sobreviviera la muerte de su amada Dunlop, cuenta que el día que acudió a su llamado para llevarlo a internarse al hospital Saint-Lazare, del que no saldría con vida, visiblemente desmejorado, Cortázar se detuvo en el umbral de su pequeño departamento, dejó escapar un débil suspiro, y derramó una lánguida y extensa mirada a todo lo suyo ahí, como despidiéndose de los objetos que por entonces lo acompañaban. Pero Aurora Bernárdez todavía parece mantener fuerzas suficientes para su querido Julio; pues ha viajado desde París a Barcelona para la inauguración de la muestra “Los Libros de Cortázar”. En alguna entrevista al respecto deslizó tímidas infidencias al respecto del juguetón escritor, de quien se entiende que aunque amaba los libros que había leído con placer y que, a veces, eran de ediciones discretas, nunca fue un coleccionista bibliófilo. La muestra resalta libros dedicados de Neruda, García Márquez, Vargas Llosa, etc., así como poemarios con garabatos en español y francés. “A Julio, tú estás por aquí en algunas páginas”, es una dedicatoria de Pablo Neruda de 1970. Habitualmente, en su casa de la calle Martel de París, el argentino tenía los libros colocados en orden alfabético, pero sabía muy bien dónde estaban los que le importaban, aunque reinara allí el desorden. (...) Subrayaba mucho, porque establecía un diálogo con el autor, pues para él, la lectura era una forma de relación privilegiada con alguien. Me detengo imaginándome los libros de aquella muestra que pienso jamás veré, y me viene la imagen de una maravillosa pinta en un muro de Buenos Aires, trascribo: “Cortázar, volvé… total, qué te cuesta”.

martes, junio 26, 2007

Fotos de la huelga de la ADUNI

Algunas expresiones pictográficas: